Mar de Fondo: Terror en la Embajada

Por Omar González Moreno –

Cada día al despertar, siento que el peso de la opresión es más intenso.

Mi vida, junto a mis cuatro compañeros asilados en la embajada Argentina en Caracas, se ha convertido en una lucha constante por la supervivencia, marcada por la tortura física y psicológica que nos someten.

Sin electricidad y sin agua, nuestras condiciones de vida son inhumanas.

Y el cuerpo diplomático acreditado en Venezuela sigue imperturbable, como si no fuera con ellos, optan por mirar hacia otro lado.

Pareciera que tiraron por el sumidero de la diplomacia el Convenio de Viena, el Tratado de Caracas y demás normas del Derecho Internacional.

Ni siquiera el Nuncio Apostólico, en su condición de Decano del cuerpo diplomático acreditado en Venezuela, se da por enterado.

Mientras tanto, para nosotros, despues de un año, la lucha diaria por lo más básico se convierte en un recordatorio cruel de la situación insostenible que enfrentamos.

Vivimos en una embajada que fue trasmutada, por obra y gracia de la dictadura de Nicolás Maduro y sus cómplices, en otra cárcel del terror.

Cuando miro por la ventana, puedo ver a los policías de Maduro y sus perros rottweiler y pastores alemanes, como sombras amenazantes, vigilando cada movimiento.

Su presencia es una constante, un recordatorio de que estamos atrapados en un limbo de secuestradores y rehenes.

Cada día que pasa, la ansiedad crece y se convierte en un eco en nuestras mentes.

Las noches son las más difíciles, cuando la oscuridad y el silencio se rompe solo por el sonido de la represión afuera.

La punta de los fusiles y las miras telescópicas de los francotiradores se asoman en las trerrazas de las casas vecinas y entre los matorrales.

Se observan entre los reflejos de los reflectores y cocteleras multicolores colocadas en los techos de las patrullas que rodean esta sede diplomática.

La falta de recursos básicos alimenta un ciclo de angustia y desesperación que amenaza con consumirnos.

La planta eléctrica de emergencia con la que está equipada la Embajada hace tiempo dejó de funcionar y por nada del mundo dejan ingresar a un técnico que la repare.

Tampoco reconectan el servicio eléctrico de cortaron desde hace meses.

Sufrimos no solo la privación física, sino también la tortura psicológica: la incertidumbre sobre lo que nos sucederá a continuación, el temor a la violencia y la constante sensación de aislamiento.

A pesar de estar en una embajada, un espacio que debería representar seguridad y esperanza, nos sentimos peor que prisioneros, vulnerables ante un régimen que no muestra el más mínimo respeto por la derechos humanos ni por los acuerdos internacionales suscritos por la República.

Pero en medio de esta oscuridad, amenazas y privaciones de toda índole, hay destellos de rebeldía y de resistencia.

¡Aquí nadie se rinde!

Compartimos historias, recuerdos y sueños de libertad.

Cada palabra de aliento se convierten en un acto de desafío y de rebeldía.

Aunque somos cinco, nuestra unión y nuestra determinación nos hacen más fuertes.

Nos negamos a dejar que el miedo defina nuestra existencia.

Hoy, grito por justicia, por la visibilización de nuestra lucha.

Cada día en este exilio es un paso más hacia la libertad que anhelamos.

La tortura a la que estamos sometidos no será en vano; nuestra voz resonará más allá de los muros de esta embajada. Porque aunque estemos sitiados, no estamos quebrantados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *