Por Omar González Moreno
La dictadura de Nicolás Maduro ha generado una inquietud profunda y creciente en toda la región, por sus nexos con las organizaciones criminales más peligrosas del mundo. La colaboración con grupos terroristas como las FARC y el ELN, junto con el fortalecimiento de bandas del medio oriente, entre ellas Hamas y Hezbolá, carteles de la droga y pandillas locales, mediante el suministro de armas de la Fuerza Armada de Venezuela, pone en jaque la estabilidad y la seguridad de todo el continente. Este escenario no solo socava la paz en Venezuela, sino que también amenaza a naciones vecinas y al propio Estados Unidos, creando un caldo de cultivo propicio para la violencia y el caos. La alianza entre el régimen de Maduro y estos grupos criminales representa un desafío monumental. Al armar y respaldar a los insurgentes, el régimen venezolano no solo fomenta un ambiente de inseguridad, sino que también despliega un mensaje de impunidad y desestabilización que resuena más allá de nuestras fronteras. Las comunidades locales, ya acosadas por la pobreza y la incertidumbre, ven cómo el miedo se instala en sus vidas cotidianas. El uso de herramientas del Estado, como armas, albergue y documentos de identidad para perpetuar conflictos internos y externos, y colaborar con organizaciones con agendas violentas, convierte a Venezuela en un epicentro de peligrosas dinámicas criminales. Las repercusiones son devastadoras: desplazamientos forzados, incremento de actividades delictivas y un aumento en la corrupción de instituciones que deberían velar por el bienestar de sus ciudadanos. En este contexto, es crucial que la comunidad internacional tome cartas en el asunto. La indiferencia ante esta situación podría costar caro, no solo para Venezuela, sino para toda América y más allá. Fortalecer la cooperación entre naciones, apoyar la democratización en Venezuela y fomentar el desmantelamiento de estas alianzas terroristas es un paso urgente para restaurar la paz y la estabilidad en la región. La lucha contra el terror y la impunidad debe unirse a un fuerte mensaje de esperanza: el futuro de Venezuela y de América debe estar marcado por la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Solo así podremos construir un mañana donde la violencia no tenga cabida y donde cada ciudadano pueda vivir con dignidad y seguridad en su respectivo país.
