Este veterano periodista neoyorquino es el autor de dos tomos que cuentan la historia de la CIA desde su fundación hasta nuestros días.
En esta entrevista carga contra su actual director y otros altos cargos, a quienes acusa de llevar al país a un “momento extremadamente peligroso”.
Tim Weiner es uno de esos reporteros que pudieron ejercer la profesión durante sus años dorados. Hablamos de los ochenta y los noventa, cuando nadie miraba con lupa los gastos, uno tenía semanas y más semanas para perseguir cualquier historia y, además, podía meterse en casi todos los avisperos del momento sabiendo que, salvo visita inesperada de la mala suerte, los abandonaría de una pieza.
La andadura periodística de Weiner comienza en 1982, cuando The Philadelphia Inquirer —un diario regional de gran prestigio— decide nombrarlo su corresponsal en Washington. Fue ahí donde empezó a husmear en los sótanos de la CIA, del Pentágono y de otras instituciones aparentemente inaccesibles para la mayoría de plumillas. Él se centró, concretamente, en investigar esa parte del presupuesto que en los documentos oficiales aparece tachada en negro. Aquello le valió, en 1988, el Pulitzer.
Weiner, quien cuenta con docenas de fuentes en los servicios de inteligencia norteamericanos, recibió a EL ESPAÑOL en una céntrica oficina de Madrid el pasado lunes. Durante la conversación que sigue, convenientemente editada para facilitar su lectura, se habla del famoso ataque de Al Qaeda, de la Guerra Fría, de la invasión de Panamá en 1989 y de China. Pero también de Donald Trump, de Venezuela y del futuro (incierto) que le espera a Estados Unidos.
Empecemos por el principio.
¿Por qué la CIA no sabía prácticamente nada de Al Qaeda antes de los atentados del 11 de septiembre, pese a que el grupo islamista ya había atentado contra varias embajadas de Estados Unidos?
Cabe aclarar, por ser precisos, que la CIA advirtió unas cuantas veces al entonces presidente George W. Bush del peligro que suponía Al Qaeda. También avisó sobre la posibilidad de que cometieran un atentado todavía más terrible que los de 1998. Pero es cierto que la CIA conocía muy poco la organización terrorista y, por tanto, no pudo ser más exacta en sus advertencias. Lo cual ayudó a que estas fuesen desestimadas por la Casa Blanca. Y eso nos lleva a tu pregunta: la CIA no pudo concretar la naturaleza o la fecha de ese terrible atentado que se avecinaba porque no tenía espías dentro de Al Qaeda.
¿Y por qué carecía de espías dentro de Al Qaeda? Pues porque para entonces había decidido renunciar al espionaje —la única misión para la que fue creada— y desarrollar un perfil más paramilitar.
¿Por qué dejó de lado el espionaje?
Por la insistencia de una serie de presidentes que, junto con el Pentágono y el Departamento de Estado, se empeñaron en situar a la CIA dentro del ecosistema de las operaciones secretas. Un error que, con la perspectiva que otorga el tiempo, podemos catalogar de trágico.
Para alterar acontecimientos y, en última instancia, tratar de cambiar el mundo tienes a los marines y a las fuerzas de operaciones especiales. Tu agencia de inteligencia lo que tiene que hacer es conseguir la mejor información posible. Y ya está.
¿En qué momento tiene lugar el cambio de rol?
Aunque ya venía de antes, ese cambio se acelera con el final de la Guerra Fría. Cuando cae la Unión Soviética, los mandos de la CIA empiezan a preguntarse, ante la falta de un enemigo claro, cuál es el nuevo sentido de la organización. A eso hay que sumar la política exterior de la época de Bill Clinton, bastante errática, por decirlo finamente.
Con lo cual la CIA, convertida en un barco sin velas, empezó a navegar a la deriva y a perder un montón de agentes solventes con décadas de experiencia a la espalda…
¿Algo parecido a lo que está ocurriendo ahora, verdad?
Parecido, sí, aunque lo de ahora es peor, porque no es que los agentes se estén marchando: es que los están purgando. Y así, lo único que van a conseguir Donald Trump y su elegido para liderar la CIA, John Ratcliffe, es dejar a la agencia en el mismo estado en que ya estuvo durante los desastrosos años noventa.
El mismo estado que evitó, en fin, poder conocer mínimamente a una organización como Al Qaeda mientras planeaba los atentados de Nueva York.
“La penetración de la inteligencia china en Estados Unidos es profunda.”
¿A qué crees que se debe la animadversión de Trump hacia la CIA?
Más que animadversión, yo hablaría de odio. Trump odia a la CIA porque la considera el epicentro del famoso Deep State, esa especie de Estado en la sombra que maneja los hilos que mueven el país.
Pero deja que te diga una cosa: no hay Deep State. No existe nada parecido. Lo que hay es una agencia de inteligencia cuyos agentes juran lealtad a la Constitución, no al presidente de turno. Y lo que hay es una agencia de inteligencia cuyos agentes investigaron, junto a los del FBI, las relaciones entre Trump y Vladímir Putin de cara a las elecciones de 2016, las primeras que ganó Trump.
Pero él equipara esa investigación a la corrupción institucional. De ahí el odio y de ahí la purga que mencionaba en la respuesta anterior.
¿Tú sabes que ahora mismo, para poder entrar o permanecer en la CIA, hay que superar un examen de pureza ideológica?
¿A qué te refieres exactamente?
A que ahora mismo, para poder formar parte de la organización, para poder entrar o simplemente para poder permanecer en ella, hay que demostrar lealtad al movimiento MAGA (Make America Great Again, el eslogan trumpista por excelencia).
Los agentes —o futuros agentes— se enfrentan a preguntas sobre quién ganó realmente las elecciones de 2020 [Trump, que perdió frente a Joe Biden, sostiene que fueron amañadas] o sobre el famoso asalto al Capitolio ocurrido el 6 de enero de 2021 [cuando miles de personas intentaron evitar por la fuerza la certificación de la victoria de Biden].
Y si no contestas como se esperaría de un trumpista… a la calle.
Y luego está, claro, la estupidez de cargarse las políticas de diversidad a la hora de reclutar gente. Un sistema, por cierto, que se remonta a los años ochenta y que tiene un objetivo muy claro: no mandar a un blanco de ojos azules a infiltrarse en la China profunda, en las comunidades de la frontera entre India y Pakistán o en una localidad plagada de piratas somalíes en la costa del golfo de Adén.
Y no lo digo solo por el aspecto físico de los agentes; el sustrato cultural es sumamente importante. Conocer —gracias a tu propia ascendencia— las dinámicas del lugar que vas a investigar es crucial para que la misión tenga éxito.
Ahora que mencionas China:
¿No fue Ratcliffe quien ordenó, hace unos meses, enviar un correo electrónico no clasificado a la Casa Blanca con los nombres de bastantes agentes especializados en el gigante asiático?
Con copia a Elon Musk, sí, que era quien dirigía el Departamento de Eficiencia Gubernamental. Era una lista con los nombres de centenares de agentes reclutados en el último par de años y muchos de ellos, como dices, entrenados para dedicarse a China. El objetivo de ese correo, aparentemente, era coordinarse con los receptores del mismo para elaborar un listado de despidos.
¿Y a que no sabes quién puede leer los correos electrónicos no clasificados que se envían desde lugares como la CIA?
Los chinos, supongo. Entre otros.
Exacto. Y quien eche un ojo a La misión comprobará que la penetración de la inteligencia china en Estados Unidos es profunda. Y no me refiero únicamente al entramado político; también hablo de grandes compañías en sectores como, por ejemplo, el de las telecomunicaciones.
Hace una década, sin ir más lejos, los chinos se infiltraron en la Oficina de Gestión de Personal de Estados Unidos y robaron los datos de más de veinte millones de ciudadanos estadounidenses que, o bien eran funcionarios en ese momento, o lo habían sido en el pasado. Una cifra que incluía miles de agentes —o antiguos agentes— de la CIA. Hablamos de pasaportes, huellas dactilares, trayectorias personales.
Sabiendo todo esto, ¿cómo se te ocurre enviar un correo sin clasificar con cientos de nombres de agentes en activo?
“A Trump le cae bien Putin. Es más: le gustaría poder ejercer el poder de la misma manera.”
¿Por qué los chinos han penetrado tanto en Estados Unidos? O, mejor dicho, ¿crees que China prepara algo en relación con Estados Unidos en el futuro?
Tras asumir el cargo, Xi Jinping declaró que los datos son el nuevo petróleo. Ahí se encuentra una de las claves. Otra tiene que ver con lo que dijo Sun Tzu, el famoso general de la antigua China: conoce todo lo que puedas a tu enemigo.
Y creo que en eso están los chinos: tratando de tener la visión más completa posible de Estados Unidos —quiénes somos, dónde vivimos, qué hacemos— para, en caso de conflicto o crisis, disponer del mejor mapa posible de nuestra sociedad.
En base a tu conocimiento, y a las docenas de fuentes que manejas, ¿crees que son los únicos que están haciendo eso? Lo pregunto, sobre todo, por Rusia.
Son enfoques muy diferentes. Los chinos quieren entendernos. Los rusos, en cambio, solo quieren perjudicarnos —a nosotros y a nuestros aliados históricos—. Es dentro de ese contexto donde se enmarca, por ejemplo, la guerra híbrida que están librando ahora mismo en Europa: sabotaje, asesinatos selectivos, etcétera.
No puedo no preguntarte por esa teoría —impulsada, entre otros, por el periodista británico Luke Harding— que afirma que Trump es un activo de la inteligencia rusa.
Mucha gente se pregunta por la relación entre Putin y Trump. No es una cuestión estúpida; al contrario, me parece muy pertinente.
Ahora bien, ¿un agente de Rusia? No lo creo. Pero sí es un aliado del Kremlin, y el porqué es muy sencillo: a Trump le cae bien Putin. Es más, le gustaría poder ejercer el poder de la misma manera. De ahí la sintonía y, en última instancia, la complicidad.
Volviendo al presente de la CIA:
Parte de la gente que se asome a esta entrevista podría preguntarse qué interés tiene para un español la deriva de la inteligencia estadounidense. Es decir: ¿por qué debería importarnos?
Porque la purga de agentes de la CIA con talento y experiencia aumenta la posibilidad de que suceda algo catastrófico no solo en Estados Unidos, sino también en Europa. Antes hablábamos del desastre en que se convirtió la agencia durante los noventa y de lo poco que podían decir sobre Al Qaeda en el marco del 11 de septiembre de 2001. También podríamos hablar de sus prisiones secretas, en las que se torturaba gente durante los meses y años posteriores al atentado.
Sin embargo, en los últimos tiempos la CIA había regresado —al menos parcialmente— por sus fueros. La asistencia a los ucranianos desde la invasión rusa o el haber conseguido prevenir atentados como el que planeaba llevar a cabo el ISIS-K contra el concierto de Taylor Swift el año pasado en Viena así lo demuestra.
Resumiendo: ahora mismo, el riesgo de un ataque sorpresa en cualquier parte del mundo —y en particular en Occidente—, debido a la destrucción de las capacidades de inteligencia de la CIA por parte de la Casa Blanca, es tan alto como en los meses previos al 11 de septiembre de 2001.
Además, me consta que otras agencias de inteligencia han dejado de colaborar como lo hacían con Estados Unidos debido a los chiflados a cargo de la seguridad nacional nombrados por Trump. No me refiero solo a Ratcliffe, sino también a Kash Patel [director del FBI] y a Tulsi Gabbard [directora de Inteligencia Nacional], entre otros.
“Todo esto de Venezuela me recuerda demasiado a lo que ocurrió en Panamá en 1989.”
Hablamos de otros servicios de inteligencia occidentales, entiendo.
No solo. La CIA no podría hacer su trabajo sin la cooperación de más de medio centenar de servicios de inteligencia extranjeros, que son los que ayudan a recabar información allí donde los agentes estadounidenses no llegan. Algunos de esos servicios de inteligencia extranjeros son aliados, claro, pero también echan un cable otros que jamás imaginarías.
A fin de cuentas, la CIA por sí sola no domina todos los idiomas del mundo ni cuenta con el personal necesario como para cubrir todo el globo.
El caso es que, si el resto de servicios de inteligencia dejan de compartir información con Estados Unidos porque ya no se fían de quién está al mando, los problemas no tardarán en llegar. Problemas graves, además.
¿Cuál crees que es la principal amenaza a la que se enfrenta Estados Unidos actualmente?
Hoy por hoy, la mayor amenaza para la democracia estadounidense se llama Donald Trump. Lo que estamos viendo desde que llegó por segunda vez a la Casa Blanca es un acoso y derribo constante a las instituciones del país.
Mira: el próximo mes de julio Estados Unidos celebrará su ducentésimo quincuagésimo aniversario. Doscientos cincuenta años de historia nos contemplarán entonces. Pero resulta que no hay muchas repúblicas libres que hayan durado así, libres, más de trescientos años. Desde luego, no si hablamos de repúblicas del tamaño de Estados Unidos.
La Roma preimperial duró algo más, sí, pero se considera una excepción… y terminó por caer ante el autoritarismo.
La pregunta que yo me hago, por tanto, es: ¿hasta cuándo duraremos nosotros, los estadounidenses, como democracia participativa y libre?
Se nos está acabando el tiempo, desgraciadamente, pero no me quiero marchar sin preguntarte por el clima, cada vez más tenso, que se ha instalado entre Estados Unidos y Venezuela. ¿Qué opinas de la situación?
Vaya por delante que Nicolás Maduro me parece un líder terrible que, además, continúa en el poder de forma ilegítima porque robó las últimas elecciones. Dicho esto, lo que está ocurriendo en el Caribe —todos esos ataques contra las supuestas narcolanchas— tiene un nombre: asesinato.
Me da igual quiénes se encuentren a bordo o la carga que lleven. Una fuerza militar no puede dedicarse a volar por los aires embarcaciones civiles.
No solo va contra el derecho internacional; también va contra la propia legislación estadounidense.
Por otro lado, Trump ha ordenado públicamente a la CIA preparar una operación encubierta para derrocar a Maduro.
¿Cómo puede ser una operación encubierta si la ha anunciado públicamente?
Eso es lo único gracioso de este asunto: lo absurdo que a veces resulta todo.
Lo que estás contando recuerda a los episodios de guerra sucia que llevó a cabo la propia CIA en América Latina durante los ochenta y los noventa. Episodios, por cierto, que documentas bastante bien en La misión.
Es que es exactamente eso: una operación de guerra sucia como las que tuvieron lugar en aquel entonces, cuando se dedicaban a volar avionetas que supuestamente transportaban droga sin ningún tipo de aviso previo. Que, por cierto, se sabe que al menos una parte de esas avionetas nunca llevaron droga ni se dedicaban a nada extraño. Una, incluso, lo que llevaba a bordo era una partida de misioneros.
Con todo, hay una diferencia entre aquellos años y lo que estamos viendo ahora.
¿Cuál?
Que antes se trataba de ocultar lo que se hacía. Ahora, en cambio, se promociona. Están encantados.
¿Qué tendría que hacer, en tu opinión, Trump para detener ese flujo de narcolanchas?
Enviar a la Guardia Costera, interceptar esas embarcaciones, registrarlas y, si procede, arrestar a quienes se encuentren en ellas.
¿Qué crees que ocurrirá con Venezuela?
No lo sé. Lo que sí puedo decir es que todo esto me recuerda demasiado a lo que ocurrió en Panamá en 1989.
Cuando George H. W. Bush ordenó a la CIA derrocar al general Manuel Noriega —un viejo colaborador de la DEA— y, como la agencia de inteligencia se vio incapaz de asumir tamaño objetivo, se terminó recurriendo a las fuerzas armadas convencionales.
Las consecuencias de aquello son bien conocidas: una invasión terrestre que arrasó barrios enteros y dejó cientos de civiles muertos mientras Noriega se refugiaba en la embajada del Vaticano… de donde accedió a salir días más tarde para ser trasladado a Miami y ser condenado a décadas de prisión.
Hoy, en Panamá, el día de la invasión es día de luto nacional.
Antes has comentado que los agentes de la CIA juran lealtad a la Constitución, no al presidente. Teniendo eso en cuenta, ¿podría la agencia negarse, llegado el momento, a seguir determinadas órdenes?
Hay precedentes, desde luego. En 1972, cuando lo del Watergate, Richard Nixon ordenó al director de la CIA del momento, Richard Helms, contactar con el FBI para pedir que dejasen de investigar el escándalo alegando que era una cuestión de seguridad nacional.
Helms, al que llegué a conocer bastante bien, se negó. Dicha negativa contribuyó a la caída de Nixon.
El problema es que Trump se ha dedicado a purgar, precisamente, a los Helms del presente. Eso no quiere decir que no exista gente en la CIA que, en un momento dado, decida no seguir ciertas órdenes o no hacer según qué cosas. Pero si esa gente existe, nosotros no nos vamos a enterar. O lo haremos a balón pasado.
En cualquier caso, nos encontramos en un momento extremadamente peligroso.
Fuente original: El Español (25 de octubre de 2025)


