(Fuente: Cambio. Publicado el 30 de marzo de 2025) El fotógrafo recorrió la inclemente selva del Tapón del Darién. Su trabajo fue galardonado con el premio World Press Photo a proyectos de largo aliento: el ‘Premio Nobel’ de la fotografía. ¿Cómo fue registrar los 100 kilómetros de esa selva que desde hace años hospeda lo atroz?
Un sicario de la Comuna 13 que huele cocaína en un billete de 20.000 pesos. Un pandillero salvadoreño, tatuado hasta en la cara, que mira fijo y con ojos anfibios desprovistos de todo arrepentimiento. Un guerrillero de las Farc montado sobre un caballo que, hundido hasta el cuello, nada en un río del color de las esmeraldas. El cuerpo yerto y la mirada ida de un soldado que acaba de perder la pierna izquierda por una mina antipersonal. Un okupa canoso que fuma un cigarrillo con la parsimonia del Buda en un edificio histórico de São Paulo. Un dúo de surfistas chocoanos que celebran por haber aprendido a surcar las olas de Nuquí. El rostro acongojado de Nicolás Maduro el día del entierro de Hugo Chávez. Una adolescente con bozo incipiente y rasgos indígenas que lleva a cuestas un fusil con el peso de la guerra interna más longeva de la humanidad. Una mujer negra que es más bien un espíritu que busca oro en una mina ilegal a campo abierto. Un niño raquítico que intenta un gol de chilena. Una fila de hombres, todos con sombrero, que cargan una anaconda mitológica en los llanos colombianos. Una niña –Mile–, con barro seco de los pies a la cabeza, que mira con asombro hacia su padre exhausto en el corazón de la selva del Darién…

Detenerse en el archivo fotográfico de Federico Ríos es darle al cuerpo una descarga de dolor y realidad. Su ejercicio desde que hace una década y media, cuando decidió dedicarse a la fotografía, ha sido recorrer lo atroz en América Latina. Para clasificar su archivo se requieren las etiquetas del desplazamiento forzado, el sicariato, la migración, los coyotes, los traficantes, las guerrillas, las piernas amputadas, la deforestación, la minería ilegal, los sin casa, el no-Estado: el horror.
Pero su ejercicio –por eso el premio y los halagos en todos los medios, por eso The New York Times– va más allá. De sus fotos emana también una descarga poética. La elocuente evidencia de que el periodismo alcanza alturas y profundidades insospechadas cuando lo ejercen artistas. La sospecha de que la fotografía, tan precarizada, minimizada y desdeñada por el mercado y por el gremio, es quizá el mejor canal para humanizar lo atroz. La consigna de que en el revés de la documentación, la denuncia, el relato riguroso, late el misterio. La mariposa que descansa en la bota del soldado.
CAMBIO conversó con Federico Ríos, el fotógrafo manizaleño que se ganó el prestigioso premio World Press Photo, sobre las desventuras y la belleza de su premiada vocación de hacer visible lo que no queremos ver.
CAMBIO: Murakami dice que supo que iba a ser escritor en un partido de béisbol, al ser testigo de una jugada que lo emocionó profundamente. ¿Usted tiene un hito así, un momento en el que dijo “lo mío va a ser la fotografía”?
Federico Ríos: No fue sino hasta los 30 años cuando entendí en qué momento la fotografía me había enganchado: cuando tenía dos años, o algo así, mi papá tenía en la sala de la casa unos álbumes con sus fotos del Medio Oriente, adonde había ido a estudiar una especialización en suelos áridos. En 1982, irse hasta el otro lado del mundo era muy raro; y ahí estaba mi papá, montado en un camello, usando un turbante, posando al lado de las pirámides… Oírlo contar las historias sobre su viaje a los amigos que venían a la casa me enganchó con la capacidad narrativa de la imagen y la fotografía.
CAMBIO: Usted, junto a Fabio Rubiano y Jesús Abad Faciolince, son artistas que humanizan lo atroz. ¿Por qué? ¿Por qué optó por registrar, indagar, fotografiar los infiernos del mundo?
Parafraseando a Juan Mosquera, un amigo periodista y poeta que me gusta mucho, creo que es necesaria la poesía para entender la complejidad de la humanidad. Esto de humanizar lo atroz creo que es solo posible desde la poesía. Yo hago un esfuerzo para que mi trabajo sea lo más poético posible. En definitiva, creo que el arte, en general, es necesario para que podamos digerir lo que está sucediendo. La migración por el Darién es algo muy difícil de digerir, así que traté, en mis fotos, darle un tratamiento artístico y, ojalá, poético.
Migrantes en la selva del Darién. Crédito: Federico Ríos.
CAMBIO: Creo que somos muchos los que convenimos en que en efecto sus fotos, además de desgarradoras, dicientes, desconcertantes, son poéticas. Al ver sus fotos del Darién, aunque se siente el carácter dantesco de lo que allí ocurre, hay también luz, vitalidad, humanidad. ¿Cómo se alumbra lo dantesco?
F.R.: Creo que la fórmula es aproximarse a la humanidad de los otros. Entender, desde la empatía y la solidaridad, quiénes son, qué está pasando con ellos, cuáles son sus motivaciones, qué los empuja…
CAMBIO: Sé que ha recorrido el Tapón del Darién varias veces. ¿Desde cuándo empezó su trabajo de investigación y registro?
F.R.: En 2021 fui por primera vez al Darién junto a Julie Turkewitz y Sofía Villamil. Esto se dio porque, mientras estaba en Haití fotografiando las consecuencias del asesinato del presidente Jovenel Moisse, empezaron a llegar vuelos llenos de haitianos deportados desde Estados Unidos. Esto encendió las alarmas sobre la cantidad de haitianos buscando regresar o llegar por primera vez a Estados Unidos a través del Darién; así que viajé muy rápidamente hacia Colombia y con Julie, la reportera de The New York Times para la región, viajamos hacia el tapón por primera vez. Desde entonces hemos ido muchísimas veces. Hace un mes la más reciente.
Los rostros de lo atroz en el Darién. Crédito: Federico Ríos.
CAMBIO: Es una obviedad que el trabajo que hicieron en el Darién es de alto riesgo. ¿Cuántas veces temió por su vida, cuál fue el momento más complejo que tuvo durante estos años de investigación y registro?
F.R.: Pues, Juan, durante cinco años yendo al Darién para mí lo inevitable es pensar en el riesgo que corren los migrantes que deciden arriesgar su vida atravesando esta selva. No sé –nadie sabe– cuántos migrantes murieron en el intento por llegar al otro lado. Naufragios en el golfo de Urabá, gente perdida en la selva, personas asesinadas por bandas que los asaltaban y los violaban, sobre todo en el lado panameño, muchos que nunca lograron reunir el dinero para los botes que salían desde Necoclí hasta Acandí o Capurganá y entonces optaron por embarcaciones clandestinas y piratas en las noches y que murieron sin que nadie se diera cuenta.
Cuando me preguntas por el riesgo, yo creo que necesito poner el reflector en los migrantes y en el enorme riesgo que corrieron, en todos los que no lo lograron. Y también en los que sí llegaron al otro lado para cumplir su Sueño Americano.
Migrantes en la selva del Darién. Crédito: Federico Ríos.
CAMBIO: Esta respuesta me lleva a una de las fotos icónicas de su trabajo: la foto de Meli, la niña que, con cinco, seis años, mira hacia su padre –su héroe– que a su lado, exhausto, no puede más. Las cifras dicen que el último año atravesaron o intentaron atravesar la selva más de 40.000 niños. Usted tiene dos hijos pequeños. ¿Cómo se vincula con la experiencia de los niños en el Tapón del Darién?
F.R.: Un millón de personas intentaron travesar el Darién entre 2021 y 2024. De estas, 250.000 eran niños: la cuarta parte. Para mí, efectivamente, esto es muy conmovedor. Creo que es muy importante entender que, desde la perspectiva de los migrantes, los que tienen hijos se enfrentan con una disyuntiva horrible: arriesgar a sus propios hijos en la selva del Darién, pues el riesgo de muerte es latente; o decidir dejar a sus hijos en un lugar seguro, atrás, y en ese caso tal vez condenarse, y condenarlos, a no volver a verlos jamás. Debo aquí resaltar el trabajo de UNICEF a la salida de la selva para salvaguardar los derechos de los niños.
Más de 250.000 niños intentaron cruzar el Darién entre 2021 y 2024. Crédito: Federico Ríos.
Como le prometí que no le iba a preguntar por la foto más importante de la serie del Darién, que se lo preguntan siempre, le pregunto más bien por las fotos que en la selección y en la edición decide dejar de lado. ¿Son muchas las que no publica por considerarlas insoportables para el futuro receptor?
F.R.: La edición fotográfica, la secuencia en la fotografía, es muy importante. No busco fotografías sueltas, sino que cada imagen se convierta en un concepto, de forma que haya una armonía narrativa. Tengo que reconocer acá el trabajo de mi amigo, consejero y editor Santiago Jaramillo. Lo que hacemos con él es buscar una articulación entre las fotos teniendo en cuenta su potencia visual y narrativa. Ahora, hay cosas que registro en las que no estoy interesado en profundizar. En las 30 fotos con las que gané el premio, solo incluí una foto de un cadáver de un migrante en medio del Darién.
Migrantes durante la noche en la selva del Darién. Créditos: Federico Ríos.
Es aterradora, pero era una necesidad hablar de las personas que fallecieron por el clima, por el mar, por las enfermedades, por los bandidos. Luego me interesaron otras cosas. No me iba a detener solo ahí. Son horas y horas y horas de trabajo de elección y edición.
CAMBIO: Antes del trabajo sobre el Darién, con el proceso de paz como contexto, indagó en la cotidianidad de las Farc. De nuevo ese trabajo humaniza una de las guerrillas que más daño le han causado a este país. Es un trabajo esperanzado. ¿Cómo ve hoy la situación con el recrudecimiento de la guerra en Colombia?
F.R.: En efecto, para mí fueron muy esperanzadores la posibilidad y la firma del Acuerdo de Paz. Fue un gesto tremendamente positivo. Lograr la dejación de armas de 13.000 combatientes de las Farc, de los cuales la gran mayoría se mantienen por fuera de las armas, es un paso importante en la urgente búsqueda de la paz en este país. Pero, después de publicado el libro, escribí que las causas que originaron el conflicto armado en Colombia no estaban todavía del todo resueltas. Y esas causas, hoy, no están resueltas. Y aunque no justifican, sí explican lo que pasa. Soy muy consciente que los muchos conflictos armados en Colombia se están recrudeciendo.
Y mira que mis dos trabajos se articulan: la falta de oportunidades y la ausencia del Estado logran, por un lado, conflicto armado, y por otro, migración. No han sido pocos los colombianos que han cruzado el Darién. El reclutamiento de menores en Colombia me parece terrible, pero conocer los territorios me ha mostrado que la situación no es en blanco o en negro…
CAMBIO: Sé qué es una pregunta compleja pero su opinión es autorizada. ¿Qué se debería hacer en el Darién para atenuar el ya naturalizado horror de millones de personas en esa selva?
F.R.: En el Darién, tanto en el lado panameño como en el lado colombiano, no ha habido Estado. Ni en los dos gobiernos actuales, ni en los dos gobiernos anteriores que tenían perspectivas políticas totalmente diferentes. Pensaría que lo primero que hay que hacer en cualquier territorio es buscar una presencia del Estado como un regulador de la situación. En todos estos años en el Darién nunca lo vi: el Estado implemente vio pasar a los migrantes que llegaban desde Medellín, desde Bogotá. En Necoclí, la presencia estatal es pírrica, mientras que en Acandí y Capurganá es inexistente. El Darién no es solo una selva impenetrable, sino un territorio sin Estado tanto en Colombia como en Panamá.